miércoles, 14 de febrero de 2018

Diccionario de símbolos


DICCIONARIO DE SÍMBOLOS

Jesús Aguado
Mérida, Editora Regional, Col. Perspectivas, 2017, 357 págs.
Prólogo del autor

   Nacido en Madrid en 1965, Jesús Aguado es poeta, traductor de poesía hindú y antólogo, cuya trayectoria como creador comienza con Primeros poemas del naufragio aparecido en 1984, fecha a partir de la cual sus libros aparecen periódicamente (Los amores imposibles recibió el premio Hiperión de 1990) hasta los recientes La luna se mueve sola (La isla de Siltolá, 2015), Carta al padre (Vandalia, 2016) y Paseo (Luces de gálibo, 2017)
   Diccionario de símbolos recoge, ordenados alfabéticamente, textos aparecidos en su mayoría en el diario La Opinión de Málaga que ya habían visto la luz en dos obras anteriores, Diccionario de símbolos (Ed. Paréntesis) y Verbos (ZUT Ediciones). Con varias supresiones y textos añadidos, la obra, organizada al modo del conocido Diccionario de símbolos de Juan Eduardo Cirlot, se compone de textos de muy distinto perfil: breves narraciones, poéticas, notas para conferencias o presentaciones, reflexiones ensayísticas, poemas en prosa… para construir “un espacio  donde poner un poco de orden (el alfabético es tan válido como cualquier otro) en el desorden consustancial de la existencia, y un refugio donde descansar del vendaval de los días y las cosas, y una oportunidad para reflexionar con calma sobre lo que es (y lo que uno es)”. [Texto de contraportada].
   Reproducimos una de las entradas, titulada “Nubes”, de este Cirrus Vertebratus de honor por la Asociación Española de Contempladores de Nubes.

NUBES

   “Las nubes dibujan formas en el cielo y uno se ensimisma en ellas. Quién no lo ha hecho alguna vez. Un gato de bigotes de luz, una hoja que baila sobre su eje, la cara de su abuelo, una casa con un  pozo al lado. Las nubes pasan sobre nosotros y, si nos tomamos el tiempo de sentirlas y de seguirlas con la mirada, nuestra cabeza se fuga hacia lo alto. Estamos, entonces, en las nubes y nos hacemos, a poco que renunciemos a esa experiencia mágica, pura nube nosotros mismos. Nos distraemos, nos ponemos a imaginar, nos dejamos llevar por los vientos dominantes, nos incendiamos con los mil y un colores de la paleta y de la sensibilidad. Y también tenemos, desde esa posición elevada y libre, mejor perspectiva sobre los paisajes que somos, un conocimiento más completo de las tierras que habitamos. Las tierras del corazón y la de la mente, las de nuestros sueños y nuestras ideas, las del alma y las del cuerpo. Estar en las nubes es vagar por los cielos interiores confiando en que este viaje, dure lo que dure, nos abra los ojos y nos enseñe a ser lo que somos sin temer cambios, vértigos o tormentas. Estar en las nubes, además, es irse probando formas (el gato, la hoja, la cara, la casa) para disfrutar y aprender de ellas, y para no quedar confinados y rehenes de una sola. Las nubes pasan, nosotros pasamos: somos hermanos en esto y en ese algodonoso, lento y dulce deseo de infinito (visitar todos  los espacios, ser todas las cosas) que se parece tanto a la felicidad”. [pp. 237-238].

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