lunes, 20 de noviembre de 2017

Jóvenes ancianos

   Contaba Laura Restrepo en la presentación de su último libro (Pecado, una compilación de relatos) en la Fiesta del Libro y de la Cultura de Medellín de 2016 cómo en cierta ocasión un chico de un centro educativo de Bogotá, al que había acudido a dar una charla, le preguntó: “Entonces, ¿vos sos escritora?”. Al decirle que sí, el muchacho contestó sorprendido: “Yo pensé que los escritores estaban todos muertos”. La escritora sonrió y pensó que, como todos sus compañeros, el chico estudiaba en libros que recogían la tradición e ignoraban por completo a los autores vivos. La conclusión que había sacado no parecía en modo alguno disparatada.
   Ese mismo fenómeno se produce, claro, en los manuales utilizados por los alumnos en España. Son auténticos cementerios, de modo que dar clases acatando las programaciones oficiales es como deambular entre tumbas, la mayor parte abandonadas (algunos escritores, como Cervantes, ni siquiera tienen la suya). Todos reposan ensimismados en sus últimos lechos, desde Gonzalo de Berceo allá en San Millán de Suso, en una iglesia de arenisca rosa con rasgos románicos y mozárabes situada en la ladera de la sierra de la Demanda, en la Rioja, hasta Luis Cernuda, en el Panteón Jardín de la Ciudad de México (en una tumba abandonada durante años, que el poeta sevillano intuyó en vida: “Donde habite el olvido, / en los vastos jardines sin aurora; / donde yo solo sea / memoria de una piedra sepultada entre ortigas / sobre la cual el viento escapa a sus insomnios”).
   Otra peculiaridad de los manuales de literatura, destinados en estos niveles, recordemos, a adolescentes y jóvenes, es ilustrar los estudios de cada autor, en el siglo XX, con fotografías de ancianos. Para eludir ese destino, los escritores solo tienen una triste posibilidad: morir jóvenes como Miguel Hernández. Hasta Lorca, fallecido a los 38 años, aparece prematuramente envejecido (cuando hay numerosas fotografías en que aparece como un joven sumamente atractivo).
   Machado demacrado por todas las derrotas, Valle Inclán como un anciano barbudo dudosamente aseado, calvorotas como Juan Ramón, Dámaso Alonso o Vicente Aleixandre, ancianos con boina (Baroja, Pla, Guillén) o con gorra marinera cubriendo una melena blanca (Alberti)… Estas son las atribuladas imágenes que los manuales dan de ellos.







   Todos ellos fueron jóvenes y todos ellos crearon gran parte de su obra literaria en plena juventud o en sus años de madurez (Baroja publicó Zalacaín el aventurero con 36 años; Machado, Campos de Castilla con 37; Dámaso Alonso, Poemas puros. Poemillas de ciudad con 24; Aleixandre, Ámbito con 30; Juan Ramón Jiménez, Arias tristes con 22; Pla, Las alimañas con 25...). No importa. Todos en los manuales de literatura parecen a punto de reposar en su tumba. ¿Tan difícil es elegir otras fotografías? 
   He aquí unas imágenes más atractivas (y más fieles a la fecha de creación de sus obras) de Juan Ramón, Carmen Laforet, Miguel de Unamuno, Ana María Matute y Federico García Lorca. 








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