domingo, 8 de octubre de 2017

La medicina antigua


LA MEDICINA ANTIGUA

Orlando Mejía Rivera
Manizales (Colombia), Editorial Universidad de Caldas, Col. Ensayo, 2017, 556 págs.

   Nacido en Bogotá en 1961, Orlando Mejía Rivera es profesor titular de Humanidades Médicas y Medicina Interna en la Universidad de Caldas y un prolífico escritor que ha publicado veintidós libros en los campos de la ficción (novela, microrrelatos, cuento) y el ensayo (literario, científico, de divulgación, biográfico, epistemológico y de historia de la medicina). Entre otros numerosos reconocimientos, logró el premio nacional del Ministerio de Cultura de novela en 1998 con Pensamientos de guerra. Un año más tarde consiguió el premio nacional de ensayo literario Ciudad de Bogotá con De clones, ciborgs y sirenas. En 1999 logró asimismo el premio nacional de Cámara del Libro en la categoría “mejor libro técnico y científico” con el libro De la prehistoria a la medicina egipcia. Libros suyos han sido traducido al alemán, italiano, francés y húngaro.
   Ahora, la editorial Universidad de Caldas publica La medicina antigua, en que aborda, en orden cronológico, el estudio de la medicina griega y helenística, la medicina en Roma y la utilizada en Europa durante la alta y baja Edad Media. Reproducimos un fragmento que describe los usos de esta disciplina condicionados por las creencias religiosas de la época.


   “El desprecio del cuerpo en la sociedad medieval queda bien expresado en el comentario del papa Gregorio Magno cuando lo definió como “este abominable vientre del alma”. Y San Luis le dice a Joinville: “Cuando el hombre muere queda curado de la lepra del cuerpo.
   En este contexto se explica que los médicos olvidaran, por completo, las drogas antiguas y paganas para calmar el dolor que los egipcios, los hindúes, los griegos y los romanos descubrieron varios siglos atrás: la adormidera, la mandrágora, el beleño, el estramonio, la cicuta, la belladona, el cáñamo entre otras. Las cirugías se hacían sometiendo al paciente por la fuerza: amarrados con lazos a la camilla les cortaban los tumores del cuello, les quemaban con el cauterio las hemorroides anales, les aserruchaban y amputaban los brazos o piernas lesionadas en las batallas. La práctica cruenta de cirugía tenía una cercanía asombrosa con las torturas de confesión que luego desarrolló el Santo Oficio con la Inquisición religiosa
   […]
   Cuando el triunfo científico de esta práctica anestésica parecía asegurado y la cirugía con dolor comenzaba a ser asunto del pasado, el papa Pablo V condenó a la hoguera, en el año de 1578, al botánico Juan bautista de La Porta, quien en su obra Magiae Naturalis había vuelto a defender los beneficios anestésicos de la esponja soporífica de Chauliac. Las consecuencias fueron aterradoras: durante los siglos XVII y XVIII nadie se atrevió a reproducir la fórmula y se retornó a la práctica de las cirugías cruentas, con el paciente despierto, maniatado y gritando con desesperación” [380-381].

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