viernes, 16 de diciembre de 2016

Los haikús del tren


LOS HAIKÚS DEL TREN

Almería, El Gaviero Ediciones, 2007, 127 págs.
Prefacio del autor.

   Licenciado en Derecho y licenciado y doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona, Eduardo Moga (Barcelona, 1962), es autor, como poeta (ha cultivado otros géneros) de los libros Ángel mortal (1994), La luz oída («Premio Adonáis», 1996), El barro en la mirada (1998), Unánime fuego (1999; 2ª edición, 2007), El corazón, la nada (1999), La montaña hendida (2002), Las horas y los labios (2003), Soliloquio para dos (2006), Los haikús del tren (2007), Cuerpo sin mí (2007), Seis sextinas soeces (2008), Bajo la piel, los días (2010), El desierto verde (2011; 2ª edición, 2012), Insumisión (Premio al mejor poemario del año de la revista Quimera, 2013; Latino Book Award, EE. UU., 2014), Décimas de fiebre (2014) y Dices (2014). Este mismo año publica una selección de sus textos en Amargord Ediciones, con prólogo de Jordi Doce, El corazón, la nada (Antología poética 1994-2014).
   Hace algunas semanas, el autor tuvo a bien traerme en su visita al aula Guadiana de Don Benito algunos de sus libros, entre los que se encontraba un ejemplar de la espléndida edición de Los haikús del tren aparecida en El Gaviero Ediciones. Compuestos, como se dice en el prefacio, entre finales de 1999 y principios de 2000, los poemas nacen en el curso de los viajes diarios que realiza por razones laborales, circunstancia que convierte al medio de transporte en hilo conductor de estos brevísimos textos: “El tren, pues, constituido durante casi una hora diaria en síntesis del mundo, me llenaba los ojos de imágenes. Y eran esas imágenes, y los instantes encarnados en ellas, lo que yo quería apresar en palabras: lo que el haikú quiere apresar en palabras. Sin embargo, aprendí que la percepción se educa: la sensibilidad ha de rastrillar el conjunto de estímulos que se ofrecen al ojo –y que éste capta indiscriminadamente-, para escoger, al fin, los que considere más susurrantes o perturbadores. El haikú, como todo poema, nace en la piel, pero crece tras ella: en la razón y en la sinrazón, en la sintaxis y la subversión de la sintaxis” [pp. 10-11].
   Reproducimos tres composiciones.

Un perro azul,
un niño columpiándose.
Pasan, fugaces.

Viajan calladas,
sin mirarse a los ojos,
las soledades.

Los pasajeros del tren
con que me cruzo
están muy lejos.
   

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