martes, 18 de octubre de 2016

La palabra escrita en el arte colonial


LA PALABRA ESCRITA EN EL ARTE COLONIAL

Arbey Atehortúa Atehortúa
Pereira (Colombia) Universitad Tecnológica, 2016, 78 págs.

   Nacido en Cartago (Valle, Colombia) en 1964, Arbey Atehortúa Atehortúa es doctor en Filología Hispánica y licenciado en Español y Comunicación Audiovisual de la Universidad Tecnológica de Pereira en cuya Facultad de Ciencias de la Educación imparte clases. Es autor de los libros Poesía en el desierto: sobre El desierto prodigioso y prodigio del desierto (2008) y Narrativa de las guerras civiles, el establecimiento de un canon (2010).
   Ahora la Facultad de Ciencias de la Educación publica La palabra escrita en el arte colonial subtitulada “Sobres las relaciones entre pintura y código lingüístico en el arte colonial neogranadino”,  que agrupa varios estudios sobre la relación entre imagen y literatura “en tres textos neogranadinos: la colección de retratos dedicados a las monjas muertas o monjas coronadas y las obras de Francisco Álvarez de Velasco y Pedro Solís y Valenzuela” [Presentación]
   Reproducimos un fragmento  del segundo capítulo de libro (“El paratexto en las monjas coronadas”).

   “Santos y monjas son retratados muertos para adornar iglesias y conventos, de modo que la muerte fuera sentida como algo vivo y presente. Una de las expresiones más importantes en la Nueva Granada, que plantea una relación particular entre imagen y código lingüístico, fue la representación de monjas muertas de altos cargos en la vida conventual, que se pintaron desde finales del siglo XVII. Estos retratos están acompañados de unas cartelas que cumplen una función retórica e individualizadora y representan una de las manifestaciones en La Nueva Granada donde se superponen códigos [...] En la elección del motivo de las monjas muertas, el artista, regularmente anónimo, expresa la mentalidad funeraria y macabra de la Colonia. El pintor podría haber realizado el retrato de la monja viva, tal como ocurrió con los retratos de arzobispos o virreyes, pero obedeciendo a un gusto de la época que privilegiaba el momento de la coronación con flores de la monja más virtuosa, las retrataba muertas. La pintura, expuesta posteriormente en los pasillos del convento, servía como modelo para las novicias de una vida devota y ejemplar” [pp. 19-20]

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