martes, 7 de julio de 2009

La cara oculta del "sueño americano"




CUENTOS DE CULVER CITY


José Luis Borau

Valencia, Pre-textos, 2009, 491 págs.


Nacido en Zaragoza en 1929, José Luis Borau ingresa en 1957 en la Escuela Oficial de Cinematografía de Madrid. Su mayor éxito como director fue Furtivos, uno de los mejores ejemplos del cine de la época franquista (Concha de Oro del Festival de Cine de San Sebastián de 1975). En 2001 obtuvo el premio Goya a la mejor dirección por su película Leo. En 2007 fue elegido presidente de la SGAE y en 2008 es nombrado académico de la Real Academia Española.

Como escritor, recibió en 2003 el premio “Tigre Juan” de narrativa a la mejor ópera prima por Camisa de once varas, un libro de relatos. Ahora, la editorial Pre-textos publica un grupo de ocho narraciones a las que da título el nombre de una de las más de treinta ciudades que conforman la periferia de Los Ángeles. Próxima a Hollywood, Culver City está situada en el Orange County, antiguos dominios del rey español Carlos III (extensos naranjales, de ahí el nombre en inglés), y conserva aún ciertas factorías de un pasado esplendor (entre ellas la Metro), pero no deja de ser un arrabal más de la gigantesca ciudad estadounidense, un lugar en el que recalan inmigrantes más o menos regulares y nativos que no han logrado hacer realidad el “sueño americano”.

Este es el caso de la primera historia (“Otarios”, ingenuos en lunfardo) en que René y Rosita, un matrimonio de inmigrantes argentinos dueños de un modesto negocio de rotulos, labrarán su ruina al mezclar su destino con dos buscavidas americanos. El marido, asociado con Skippy, traerá de Argentina un caballo que no ganará ninguna carrera arruinando así el pobre negocio familiar; convertida en mucama, Rosita se entregará a Babe, un cincuentón mundano y bailarín, al tiempo que René acabará actuando con su caballo en desfiles carnavalescos disfrazado de sioux. Abocados a un desenlace trágico, estos personajes son “otarios”, esto es, perdedores, gentes que se han quedado en la cuneta del camino del éxito, entendiendo por tal la mera acumulación de una fortuna.

Con el recuerdo del apodo puesto por Breton a Dalí (“avida dollars”) se relaciona otra de las historias, “Avida lladros”, que explota el contraste entre los prepotentes dueños de ranchos tejanos, repletos de dinero y mal gusto, y sus administradores y operarios. En esta narración, Kay, viuda de un propietario potentado, exhibe su riqueza con una colección de figuras de Lladros y dos amantes que alterna a su capricho, Gus y Octavio, obligados a doblegar su voluntad ante el poder del dinero.

A ¿Acaso no matan a los caballos?, una novela de 1935 de Horace McCoy (y la posterior película, Banzad, danzad, malditos, de Sidney Pollack), recuerda “Son Long, pequeña!”, ambientada en una America decadente de finales de los treinta. En ella una productora de Hollyvood decide filmar una versión de El mago de Oz, para lo cual necesita cientos de enanos. De todas partes llegan miles de pequeños deseheredados de la fortuna. Entre ellos, Buddy y Pete, (un bailarín de circo y su jefe, enamorado de él) y la encantadora Litlle Grace, un triángulo amoroso de personajes forzados hacia las lindes de su propia caricatura que reprentan la parodia cruel de una historia de amor.

Con una perceptible influencia cinematógrafica y una clara predilección por los triángulos afectivos, Cuentos de Culver City retrata la cara oculta del “american way of life”, la historia de los vencidos en la carrera hacia el éxito, y lo hace con agilidad y un marcado sentido del humor, en narraciones que el autor, con demasiada modestia, viene a considerar “juegos y nada más que juegos, en definitiva”.

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