domingo, 15 de marzo de 2009

Una cartografía del miedo


EL PAÍS DEL MIEDO
Isaac Rosa
Barcelona, Seix Barral, 2008, 314 págs.

Confundidos en un principio bajo el mismo rótulo de novela histórica, han coexistido en España durante varios decenios dos subgéneros novelescos de morfología, propósitos y resultado final muy distintos, aunque ambos recurren a la historia para encontrar en ella la base de sus tramas. El primero de ellos tiene como hitos fundacionales modernos Yo, Claudio (1934) de Robert Graves, Memorias de Adriano (1951) de Marguerite Yourcenar y, de modo especial, El nombre de la rosa (1980), de Umberto Eco. Con una marcada predilección por pasados remotos, este subgénero foráneo alcanzó muy pronto en España una extraordinaria acogida de público que alentó todo tipo de intrusismo, para recaer finalmente en un mero producto de extretenimiento y convertir a los libros en objetos idóneos para el regalo (los editores han cuidado meticulosamente la apariencia suntuosa de estos volúmenes con el fin de que los lectores piensen que se encuentran ante productos literarios de calidad). Salvo unos pocos títulos, lo que encontramos en esta literatura es la historia concebida como una ficción más, trufada con todos los artificios de la novela popular, y su propósito es la mera evasión.
La otra corriente narrativa ha preferido volcarse sobre un periodo especialmente convulso de la historia de España, como es la guerra civil y sus espacios contiguos (la segunda república, las décadas de la dictadura), con el propósito de reconstrucción de este periodo, pero también con la de narrar la historia de los vencidos, de dar protagonismo a las víctimas anónimas de la historia. Si el realismo social, del que estos títulos son deudores en algunos procedimientos narrativos (héroe colectivo, carácter representativo de los episodios y personajes...) prefirió llevar a la novela la España de su propio presente, un país enlutado y procesional sometido al lento paso de la tiranía, estos autores regresan al pasado movidos por un impulso ético, indóciles a la consigna política de la Transición de rechazo a las recriminaciones históricas (pues, al fin, todos habíamos tenido un abuelo falangista), que condenó a la penumbra una realidad social que tuvo su día pero no su poeta.
En esta dirección, la misma en que encontramos títulos como Soldados de Salamina, de Javier Cercas; Cielos de barro y La voz dormida, de Dulce Chacón; Lunas de agosto, de Justo Vila..., se sitúan los dos primeros títulos de Isaac Rosa. La malamemoria (Del Oeste Ediciones, 1999, reeditada con un despiadado análisis hecho por el propio autor bajo el título ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!, 2007) es la historia de una doble indagación, pues cuando el protagonista sigue por encargo las huellas de un hábil político con un pasado oculto se topará con el misterio de una aldea desaparecida de los mapas, con los caminos y carreteras que conducen a ella borrados intencionadamente, que le llevará a un oscuro episodio de represión indiscrimada cometido por las columnas de Castejón y Asensio cuando suben desde Sevilla a Extremadura.
El vano ayer (2004, que será llevada al cine por el director Andrés Linares con el título La vida en rojo) se ambienta en un periodo posterior, pero también es una narración develadora de una de esas zonas de sombra del tardofranquismo. Construida como una “obra en marcha” mediante los procedimientos de cualquier trabajo monográfico de investigación (fuentes, testimonios, bibliografía...), el protagonista indaga en el destino de un profesor universitario desaparecido durante los años de represión universitaria, con una intención documental, pues un pasado olvidado o manipulado es un ayer “vano”, incapaz de darnos ninguna lección histórica.
El país del miedo (2008) se sitúa, mediante un nuevo salto temporal, en los entornos urbanos de nuestro presente, para documentar una de las emociones negativas más extendidas, el miedo: a mendigos, a drogadictos, delincuentes, magrebíes, rumanos, gitanos, pandillas de adolescentes, acosadores, pederastas...
La obra traza una cartografía horizontal del miedo, que reina, de modo especial, en barriadas marginales, espacios urbanos abandonados, zonas de oficinas fuera del horario comercial, descampados, pasajes subterráneos, parques al anochecer, polígonos industriales..., en donde el hombre urbano se siente a merced de todas las amenazas. De ahí el éxito de las grandes áreas comerciales, que imitan calles, plazas, glorietas, terrazas de cafeterías..., pero todo a cubierto, con entradas vigiladas por guardias de seguridad que rechazan cualquier presencia inquietante.
Paralelamente la novela analiza la distribución vertical del miedo, que traza una línea invisible entre poseedores y desposeídos, mayor en las clases medias, pues tienen cosas que perder, pero no las suficientes para comprar una seguridad privada. Cuando en la vivienda de una de estas familias comienzan a desaparecer cosas (billetes de diez euros, unos pendientes, un par del pulseras, un colgante sin valor...), Sara expulsa, sin cotemplaciones, a la criada marroquí, pero los episodios posteriores confirman que se encuentra ante un problema distinto y más grave. Carlos, el marido, un hombre progresista y solidario para con los desfavorecidos, descubre que un compañero del instituto está acosando a su hijo Pablo, que es quien está sacando las cosas de casa: otra forma de miedo, pues se abate sobre el más indefenso. La trama enfrentará a estos dos personajes forzados hasta los límites de su propia caricatura: el de Carlos, un hombre tolerante, reflexivo y cobarde que siente tanta repugnancia a ser golpeado como a golpear, y Javier, el niño acosador en las fronteras de la delincuencia que no se acobarda ni en solitario ni en grupo.
Como en obras anteriores, la novela acrecienta su condición de documento social (entornos reconocibles, conflictos verídiicos, personajes creíbles) mediante la inserción de ingredientes extraliterarios reales: un folleto con normas de seguridad (para hombres, mujeres y niños), publicidad de un método de defensa personal, “mapas de peligrosidad” (de ciudades, de países) elaborados por agencias turísticas o por embajadas, unas recomendaciones de viaje a la República de Guatemala del Ministerio de Asuntos Exteriores..., que confirman, por otra parte, cómo el miedo es utilizado por el poder y está en el origen de suculentos negocios.

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