sábado, 28 de febrero de 2009

Tres tréboles


Seis letras.
Lo primero que hace el lobo en un cerro al amanecer...
salvo en días nublados.




Once letras y ya atiende en la tienda.
Si le robas la primera encuentras una joya.
Si le quitas otra ves un huesecillo.
Si borras otra es una bebida.




Solo tiene tres letras.
Habla en todas las lenguas.
Lloró la muerte de Narciso.
Recuerdos del horror




SIN FLORES NI CORONAS
(Auschwitz-Birkenau, 1944-1945)

Odette Elina
Ed. Periférica, Cáceres, 2008

Autora de esta única narración, Odette Elina (París, 1910) participó activamente en la resistencia francesa contra la ocupación nazi (llegó a ser teniente de la Armée Secrète, uno de los grupos de las Fuerzas Francesas del Interior) hasta su arresto el 20 de abril de 1944, después de que toda su familia fuera detenida y deportada a Auschwitz de donde ninguno de ellos regresaría. Tras ser interrogada por la Gestapo, fue enviada al campo de Birkenau en la Alta Silesia.
Sin flores ni coronas relata esta terrible experiencia carcelaria, sumándose así a toda una literatura de supervivientes que dejaron un valioso testimonio de su paso por el territorio del horror: Primo Levi (Si esto es un hombre), Ana Frak (Diario), Elie Wiesel (La noche), Jorge Semprún (El largo viaje)... Junto al material fotográfico y fílmico de estos mismos años, estas obras han acabado por convertirse en un documento excepcional contra la indigna tentación revisionista de negar el exterminio.
Tras ser liberada por los rusos en enero de 1945 y repatriada a Marsella a través de Odessa, Odette Elina escribe sus recuerdos al volver del campo de concentración (la narración está fechada en París en septiembre de 1945), “pues, a la larga, los recuerdos se deforman, se edulcoran o se dramatizan, y se alejan siempre de la verdad”, con el propósito de que este “testimonio pueda despertar en ellos [los nacidos tras 1945] el horror al nazismo, pero también la esperanza en el porvenir del hombre”.
Editada por primera vez en Bourges en 1948, la obra tuvo una segunda edición, prologada por la autora, en 1982, en que añadió una cita inicial de Aragon: “En los confines de Polonia hay un infierno cuyo nombre silba una horrible canción”. En 2003, en fin, fue llevada al teatro (Sans fleurs ni couronnes) y estrenada en el festival de Aviñón off, con Sylive Jedynak dirigida por Vincent Lacoste (que la autora no pudo ver, pues falleció en 1991)
Sin flores ni coronas no es un diario puesto que su redacción es posterior a los acontecimientos relatados, cuando estos ya se han sedimentado en la memoria, pero participa notablemente de su condición al alternar pasado y presente (“Esta mañana vinieron a buscar a cien mujeres a nuestro block”), introduciendo al lector en un ámbito opresivo en que todas las infamias son posibles: el trabajo extenuante, la falta de alimento, los castigos arbitrarios..., pero también la crueldad de las propias mujeres presas empujadas a una brutal lucha por la supervivencia.
Muy distinta por su extensión y su tono a las vastas recreaciones de autores como Vasili Grossman (Vida y destino) o Jonattan Littell (Las benévolas), la obrita que comentamos recrea con una prosa sobria y contenida episodios cotidianos (la llegada, la ducha), se detiene en pequeños objetos, anodinos e importantísimos (un pañuelo, un jersey), evoca lugares concretos (el block 29, el “hospital”), recuerda a otras mujeres (Yvonne, Hélène, Hella) y, de modo muy especial, a unos niños condenados irremisiblemente a la muerte dada su “improductividad” laboral.
Marcada por un fuerte contraste entre el lirismo y la barbarie, la narración alcanza momentos estremecedores al narrar cómo cien mujeres empujan otros tantos cochecitos a un almacén pues los bebés han sido exterminados o cómo tras la huida de los soldados ante la llegada del ejército ruso, tropas de la Gestapo regresan para, en su ciega obstinación criminal, llevarse a los judíos del campo.